La falta de credibilidad de Jair Bolsonaro aísla internacionalmente a Brasil
Bolsonaro y Putin en Moscú
La falta de credibilidad degrada cualquier intento de acción externa del presidente Jair Bolsonaro y sus burdas convicciones ultraderechistas no solo aíslan a Brasil sino que lo meten en riesgosas disputas geopolíticas, informa Mario Osava (IPS) desde Río de Janeiro.
En Brasil, hay la expresión «más perdido que un ciego en un tiroteo» para realzar la desorientación de cualquiera. En el caso de Bolsonaro, es más que una metáfora, su deriva puede enredarse con conflictos internacionales y costar caro al país.
Su visita a Rusia y Hungría, del 14 al 17 de febrero, provocó roces con Estados Unidos y la Unión Europea (UE), por la inconveniencia del momento, en plena crisis de Ucrania, y por declarar su «solidaridad» al presidente ruso, Vladimir Putin, y total afinidad ideológica con el «hermano» Viktor Orbán, el primer ministro húngaro.
La presidencia estadounidense criticó a Bolsonaro por «ponerse del lado opuesto a la comunidad global», al manifestar apoyo a Rusia justo cuando ese país promueve un cerco a Ucrania con 150.000 soldados en sus fronteras y, según el presidente Joe Biden, prepara una invasión.
A la UE también molestó la visita inoportuna a un gobierno ruso que amenaza la paz continental e interrumpir su propio suministro de gas a varios países, especialmente Alemania, Italia y Holanda.
Además, respaldar al gobierno autocrático de Orbán en Hungría suena a una hostilidad hacia la UE que, el 16 de febrero, víspera de la visita de Bolsonaro a Budapest, obtuvo del Tribunal de Justicia Europeo la autorización para suspender la transferencia de recursos a países que violen reglas democráticas y la independencia judicial.
El fallo, que implica a Hungría y Polonia, apunta principalmente a Orbán, quien sustituyó a centenares de jueces por sus aliados, modificó las leyes electorales para asumir el control del poder legislativo, controló la prensa y adoptó duras medidas xenófobas contra la inmigración.
Toscas creencias
De todas formas, el encuentro con Orbán responde a la opción ideológica de Bolsonaro, de total alineamiento con gobiernos y corrientes de extrema derecha en el mundo. Su hijo, el diputado Eduardo Bolsonaro, participa en las iniciativas que buscan crear una organización internacional ultraconservadora.
Su inflexibilidad ideológica se manifestó en una incondicional adhesión a las ideas y actitudes del expresidente estadounidense Donald Trump (2017-2021). Bolsonaro apoya las alegaciones de fraudes que, según Trump, habrían impedido su reelección en noviembre de 2020 y afirma que también el sistema electoral brasileño permite la estafa.
El presidente brasileño sostiene incluso que le robaron votos en octubre de 2018, aunque no le quitaron el triunfo. El temor es que, si pierde en las elecciones de octubre de este año, intente algún golpe similar a la invasión del Capitolio, sede del legislativo estadounidense, protagonizada por activistas pro Trump el 6 de enero de 2021.
El resultado es que no se puede esperar del actual gobierno estadounidense ninguna benevolencia o acercamiento a Brasil, mientras sea gobernado por Bolsonaro.
Cada día más aislado
El aislamiento es continental y se amplía en la medida que se eligen gobiernos progresistas, como pasó con Argentina, presidida por el peronista Alberto Fernández desde 2019, Perú, donde triunfó un líder campesino, Pedro Castillo, en junio de 2021, y ahora Chile, donde ganó las elecciones Gabriel Boric en diciembre de 2021.
Bolsonaro es incapaz de actuar como jefe de Estado, reconocer y felicitar de inmediato los nuevos gobernantes elegidos, si son de izquierda. Se negó a participar en la toma de posesión de todos, en desmedro de los intereses de Brasil en las relaciones con los países vecinos y de la relevancia regional del país.
Su gobierno protagonizó numerosos ataques a la China «comunista», aunque se trata del socio comercial número uno de Brasil, que asegura el mayor mercado para sus principales exportaciones, como soja, mineral de hierro y el petróleo.
Ernesto Araújo, ministro de Relaciones Exteriores de enero de 2019 a marzo de 2021, denominó «comunavirus» al coronavirus que provocó la pandemia de la COVID-19 como un instrumento chino de acelerar su dominio mundial.
Sus frecuentes agresiones a China hicieron imposible su permanencia en el cargo en el inicio de 2021, cuando comenzó la vacunación anticovid en Brasil y desnudó la total dependencia brasileña de insumos chinos.
La primera vacuna aplicada en Brasil fue la Coronavac, desarrollada por la farmacéutica china Sinovac, seguida de la británica AstraZeneca, desarrollada por la Universidad de Oxford con el laboratorio británico-sueco. Las dos son producidas en Brasil, pero dependían del ingrediente farmacéutica activo (IFA) importados de China.
Líderes legislativos atribuyeron una supuesta mala voluntad china en proveer el IFA, reflejada en una importación demorada, a las fricciones provocadas por Araújo. Su permanencia como canciller se hizo inviable y él renunció.
El nuevo ministro de Relaciones Exteriores, Carlos França, adoptó una postura más discreta y no conflictiva, pero sin autonomía ni influencia para evitar los desastres de las actuaciones externas de Bolsonaro, como corroborar el intento golpista de Trump, las hostilidades a los nuevos gobernantes latinoamericanos y la visita a Rusia y Hungría.
Daños económicos
Hay señales de que las relaciones económicas de China con Brasil empiezan a enfriarse. Acuerdos de cooperación vencidos en diciembre de 2021 no se han renovado, mientras las inversiones chinas en Brasil cayeron en los últimos años.
La pandemia e incertidumbres en la economía china son algunas causas del deterioro, pero no se descarta el peso de las hostilidades de Brasilia con Beijing y contra el comunismo, manifestadas por el excanciller, el mismo Bolsonaro, su hijo diputado y adeptos del presidente.
La ministra de Agricultura, Tereza Cristina da Costa, intervino varias veces para remediar los daños provocados por Bolsonaro, su familia y Araújo en defensa de las exportaciones agrícolas brasileñas.
Pero la brújula anticomunista de Bolsonaro es muy amplia, identifica comunismo en cualquier política social, ambientalista, de género, antirracista y de educación y cultura contemporánea.
Retroceso civilizatorio
En realidad considera sospechosos todos los avances civilizatorios desde la segunda mitad del siglo veinte, como derechos de las minorías étnicas y sexuales, familias homosexuales y la ecología.
Las cuestiones ambientales y climáticas responden por buena parte de la erosión de su credibilidad internacional.
«No existe destrucción forestal» en Brasil, aseguró Bolsonaro en el encuentro con Orbán en Budapest el 17 de febrero. En otras ocasiones afirmó que los bosques amazónicos están «intactos».
Las informaciones difundidas en el exterior están «distorsionadas», sostuvo.
Las cifras, comprobables por imágenes de satélites accesibles en muchos lugares del mundo, indican que se deforestó casi 20 por ciento de la Amazonia y la deforestación creció mucho en los tres años del gobierno de Bolsonaro.
Desactivación de los órganos de control, aflojamiento de las leyes ambientales y seguidas manifestaciones gubernamentales, especialmente del presidente, para desapoderar las autoridades ambientales y estimular los «desbravadores» forestales, compusieron el desastre.
Bolsonaro suele invitar a visitantes extranjeros a sobrevolar la Amazonia para comprobar que está preservada. Es parte de su «terraplanismo» ambiental. Si uno ve centenares de kilómetros de bosques vírgenes, estaría comprobada la conservación plena del bioma.
El mismo principio viene aplicando sobre la pandemia. Como él tuvo covid-19 y se recuperó, es porque se trata de una «gripe» que solo mata ancianos. Cloroquina y otros medicamentos que nada tienen que ver con el virus serían eficaces porque muchos los tomaron y no tuvieron covid-19.
Son esas argumentaciones infantiles y mentiras de piernas cortas que demolieron la credibilidad de Bolsonaro y, de cierta manera, de los brasileños que lo eligieron en 2018, pese a su discurso netamente antidemocrático.